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Encantadores en el Quijote

Brujos no, encantadores.

«─Profe yo he estudiado a los encantadores en el Quijote, he localizado las veces en que aparecen, sus nombres, sus poderes... Son un buen montón, sin embargo solo hay una alusión a una bruja y dos alusiones a brujos y volar por el aire. Cervantes no utiliza esos términos, están ausentes. Otra cosa son los encantadores, eso sí, masculinos, son hechiceros, capaces de hacer conjuros y hechizos, transformaciones y maldades. Pero si al principio don Quijote los culpa, aunque el lector sabe que son entes irreales, progresivamente los encantadores se convierten en mentirosos que están bien vivos, como el propio Sancho Panza cuando engaña al caballero con la historia del encantamiento de Dulcinea. Más tarde, son los propios duques y su cortesanos los encantadores que manipulan a los protagonistas. Los encantadores reales, al fin, resultan ser los otros hombres, normales, aunque poderosos, que con la persuasión y el engaño hacen creer en cosas que no existen.

─Excelente análisis. En efecto, esa es una lección cervantina importante.»

Fuente: Fernández (2016)

Encantadores imaginados y encantadores reales.

Frestón es el sabio encantador enemigo de don Quijote, cuyo nombre recuerda al Fristón, sabio encantador y supuesto autor del libro Don Belianís de Grecia, un caballero andante cuyas aventuras gustaban mucho al emperador Carlos V y que es una de las obras que el cura salva de la quema de los libros. Pero hay ocasión en la que el encantador es persona real, como  en II, 10: Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea:

«-Sancho, ¿qué te parece cuán malquisto soy de encantadores? Y mira hasta dónde se estiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a mi señora. En efecto, yo nací para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asiesten las flechas de la mala fortuna. Y has también de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras, que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores. Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma.

-¡Oh canalla! -gritó a esta sazón Sancho- ¡Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho más hacéis. Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de buenas en malas, sin que le tocárades en el olor; que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza;    -fol. 36v-   aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo.»

Fuente: Sevilla (2001, BVMC).

En el palacio de los duques, don Quijote y Sancho conocerán en persona a diversos encantadores y encantamientos y desencantamientos, como señala López Ridaura (2015):

«Y, como cosa de magia, en el palacio de los duques se harán realidad todas las fantasías de don Quijote y Sancho: enfrentarán encantadores de carne y hueso, salidos directamente de los libros de caballerías: Lirgandeo, Alquife, Arcalaus y Merlín desfilarán ante sus ojos. Desencantarán a las menesterosas dueñas barbudas, gobernarán ínsulas, vengarán el honor de una doncella, viajarán por los cielos en un caballo mágico, los solicitarán de amores las fermosas doncellas, les darán la fórmula de desencantar a Dulcinea; todas las buscadas aventuras parecen para ellos reservadas.»

Encantadores cronistas.

Los personajes reflexionan sobre el cronista de sus aventuras (II, 2).

«-Aún la cola falta por desollar -dijo Sancho-. Lo de hasta aquí son tortas y pan pintado; mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen, yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja; que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y, yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.

-Yo te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.

-Y ¡cómo -dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!»

Fuente: Sevilla (2001, BVMC).

Por otros sabemos que Cide Hamete Benegeli no es otro que el propio Miguel de Cervantes, que disfraza su nombre (Sobh, 2005).