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La Celestina La Celestina

Celestina, hechicera, conjura a Plutón (Satán)

──Por cierto que Moratín recurre a nuestra tradición literaria y transcribe también en las notas que acompañan a la edición de 1811 del Auto de Fe, celebrado en la ciudad de Logroño en los días 6 y 7 de noviembre de 1610, con notas. la horrenda invocación que figura en una de las grandes obras de nuestra literatura:

Fuente: Fernández (2016).

Conjuro, hechiera, bruja.

[Acto I]

CALISTO.— ¿Cómo has pensado de fazer esta piedad?

SEMPRONIO.— Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad vna vieja barbuda, que se dize Celestina, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay. Entiendo que passan de cinco mill virgos los que se han hecho e deshecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere.

(...)

CALISTO.-  ¿De qué la servías?
PÁRMENO.-  Señor, iba a la plaza y traíale de comer, y acompañábala, suplía en aquellos menesteres que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía la nueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios; conviene saber: labrandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poquito hechicera. Era el primero oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas de estas sirvientes entraban en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras, y otras muchas cosas.

[Acto III]

«CELESTINA.- Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hirvientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres Furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino de Estigia y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales, y litigioso Caos, mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado. Vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre, y con ello de tal manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras, y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje. Y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, tendrasme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro. Así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto

[Acto.IV]

LUCRECIA.— ¡Jesú, señora!, más conoscida es esta vieja que la ruda. No sé como no tienes memoria de la que empicotaron por hechizera, que vendía las moças a los abades e descasaua mill casados.

ALISA.— ¿Qué oficio tiene?, quiça por aquí la conoceré mejor.

LUCRECIA.— Señora, perfuma tocas, haze solimán e otros treynta officios. Conoce mucho en yeruas, cura niños e avn algunos la llaman la vieja lapidaria.

[Acto.VIII]

CELESTINA.-  Lastimásteme, don loquillo. ¿A las verdades nos andamos? Pues espera, que yo te tocaré donde te duela.
PÁRMENO.-  ¿Qué dices, madre?
CELESTINA.-  Hijo, digo que sin aquélla prendieron cuatro veces a tu madre, que Dios haya, sola. Y aun la una le levantaron que era bruja, porque la hallaron de noche con unas candelillas cogiendo tierra de una encrucijada, y la tuvieron medio día en una escalera en la plaza, puesto uno como rocadero pintado en la cabeza. Pero no fue nada. Algo han de sufrir los hombres en este triste mundo para sustentar sus vidas y honras. Y mira en cuán poco lo tuvo con su buen seso, que ni por eso dejó de aquí en adelante de usar mejor su oficio. Esto ha venido por lo que decías del perseverar en lo que una vez se yerra. En todo tenía gracia, que en Dios y en mi conciencia, aun en aquella escalera estaba y parecía que a todos los de bajo no tenía en una blanca, según su meneo y presencia. Así que los que algo son como ella, y saben,   -[D VIIr]-   y valen, son los que más presto yerran.

]Acto X]

LUCRECIA.— El seso tiene perdido mi señora. Gran mal es este. Catiuádola ha esta hechizera.

CELESTINA.— Nunca me ha de faltar vn diablo acá e acullá: escapóme Dios de Pármeno, tópome con Lucrecia.

MELIBEA.— ¿Qué dizes, amada maestra? ¿Qué te fablaua essa moça?

[Acto XII]

CELESTINA.— ¡Justicia!, ¡justicia!, ¡señores vezinos! ¡Justicia!, ¡que me matan en mi casa estos rufianes!

SEMPRONIO.— ¿Rufianes o qué? Esperá, doña, hechizera, que yo te haré yr al infierno con cartas.

CELESTINA.— ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confessión, confessión!

Fuente: BVMC.